Horacio "Tato" López (Uruguay)
Uruguay, sin dudas, ha tenido tres colosos en las pistas de baloncesto: Adesio Lombardo, Oscar Moglia ambos a mitad de siglo 20; y Horacio “Tato” López, una máquina anotadora en las ligas profesionales de su país, en Argentina, Brasil e Italia, pero que se trepó en la cima de la fama internacional durante la Olimpiada de Los Ángeles, en 1984, cuando fue el pilar en la sorpresiva sexta posición del Seleccionado charrua, siendo el mejor anotador con un promedio de 24.9, más 7.8 rebotes y 5.6 asistencias, lo que dejó comprobado su polivalencia en los dos canastos.
Uruguay, sin dudas, ha tenido tres colosos en las pistas de baloncesto: Adesio Lombardo, Oscar Moglia ambos a mitad de siglo 20; y Horacio “Tato” López, una máquina anotadora en las ligas profesionales de su país, en Argentina, Brasil e Italia, pero que se trepó en la cima de la fama internacional durante la Olimpiada de Los Ángeles, en 1984, cuando fue el pilar en la sorpresiva sexta posición del Seleccionado charrua, siendo el mejor anotador con un promedio de 24.9, más 7.8 rebotes y 5.6 asistencias, lo que dejó comprobado su polivalencia en los dos canastos.
De hecho, Lombardo fue el máximo goleador en las Olimpiadas de Londres y Helsinki, en 1948 y 1952 respectivamente, mientras Moglia se coronó en Melbourne, en 1956.
Armado de un físico impresionante, con 6’6” y 210 libras, López, nacido el 22 de enero de 1961 en Montevideo, debutó con la Selección mayor a los tiernos 15 años, y acribillaba a la oposición con su ataque aéreo o terrestre, pero tenía además de ser un reboteador correoso, y formando con Wilfredo Ruiz, “Fefo”, la dupla ofensiva más poderosa de los anales del básquetbol suramericano.
De hecho, él y Ruiz, que se nacionalizó argentino, fueron los héroes en la hombrada de 1984, masacrando a sus rivales de Francia y China, y manteniendo su ataque en sus reveses con Canadá, España y Estados Unidos, que se coronaría frente a los españoles, mientras los yugoslavos ocupaban la tercera posición y el consabido bronce.
En aquella escuadra, que lució mejor que Brasil, que terminó noveno, también sobresalían el armador Carlos Peinado, y el pívot Heber Núñez, de apenas 6’7” y que batallaba arduamente ante oponentes de mayor talle y fortaleza física.
Más que jugar básquetbol, López lo vivió, considerándole más un arte que un deporte, y convertía el parqué es un lienzo y sus encestadas en verdaderas pinceladas, consiguiendo cuotas altísimas de anotación con C.A. Bohemios, en la competición uruguaya, con 31.7 y 9.1 rebotes, y en la Copa Latina, efectuada en Panamá, en 1981, con 26.6.
Fue tan dominante en los escenarios internacionales, particularmente en los Campeonatos Sudamericanos, que López vió acción en dos Copas William Jones, que con el tiempo llevarían el apellido Stankovic; brillando además en la Liga de Italia con el quinteto Mobil, en la temporada 1985-86, alcanzando notoriedad en la Copa Korac, una de las principales del Viejo Continente.
En la Liga Nacional de Argentina, militó primeramente con Ferrocarril Oeste, en 1987, y luego con Olimpo de Bahía Blanca, ganándose el elogio de la prensa deportiva y los aficionados por su puntería desgarradora.
Posteriormente, ancló en la Liga Paulista de Brasil, con Rovelli Franca, siguió su ruta exitosa, que culminaría en el Preolímpico de Pórtland, en 1992, donde se coronó como el mejor anotador.
Durante su formación baloncelistica, fue integrante del team de Quince College, en la NAIA de Estados Unidos, en 1977, y dos años más tarde con Hutchinson Junior College, actuando con éste team en la Copa William Jones de Sarajevo.
Luego de colgar el uniforme, se convirtió en un trotamundos, viajando por países tan recónditos como la India, en donde empezó su amor la la escritura, habiendo publicado recientemente su biografía, pero también ha dirigido la coordinación de las Selecciones formativas y fue asistente de Néstor García en el Torneo Las Américas de 2003, en San Juan de Puerto Rico.
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