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    Facundo Campazzo, el eslabón perdido de la Generación Dorada

    Campazzo, alguien que, a los 27 años, es un especialista en quebrar barreras, en desafiar límites. Es, por naturaleza, un destructor de prejuicios.

    SAN JUAN (FIBA Basketball World Cup Americas Qualifiers 2019) - Es un instante, un simple momento que quizás se esconde como normal dentro de algo que parece rutina. Pero siempre hay que asegurarse que lo que se transformó en cotidiano no pierda el toque de maravilloso. Son un par de segundos después de un salto inicial en el Estadio Aldo Cantoni, en la provincia de San Juan. Es una marea de 8.000 personas aplaudiendo a un gigante escondido en un cuerpo de 178 centímetros de altura. Allí está Facundo Campazzo, ovacionado en la primera pelota que toca del partido que marca su regreso a la Selección Argentina en estas Eliminatorias para la Copa del Mundo de China 2019. Es, es definitiva, una demostración que ratifica sensaciones. Porque ese idilio tan especial se potencia con el correr de los años y no es para menos. Campazzo es el eslabón perdido de la Generación Dorada. Es la continuidad en la nueva camada celeste y blanca de aquel grupo de monstruos que sacudió al planeta básquet y rompió esquemas y barreras. Sí, justo Campazzo, alguien que, a los 27 años, es un especialista en quebrar barreras, en desafiar límites. Es, por naturaleza, un destructor de prejuicios.

    Hay que ir a su Córdoba natal para empezar a entender este cuento. Un lugar del país en donde se escribieron varias páginas de historia y en donde nacieron muchísimas glorias. Allí, con apenas 5 años, el pequeñín empezó su relación con una pelota naranja en el Club Municipalidad. Casi por casualidad, porque Mary, su mamá, lo mandó a practicar un deporte “porque era hiperquinético”. Aunque claro, las casualidades, muchas veces, no son tales. Y Facu empezó desde ese momento a superar dificultades. Porque aunque “eran todos bajitos”, como recuerda, se las ingeniaban para competir de igual a igual contra Atenas e Instituto, los pesados de la región. Y así, quizás sin darse cuenta, empezó a forjar un carácter especial. También comenzó a ser campeón, con las Infantiles de Córdoba. Le llegó un salto a otro club local, Unión Eléctrica. Y más tarde vino un momento que empezaría a cambiar su vida, de esos que el destino se empecina en ponerte adelante para encausar una historia.

    El viaje

    Era un 20 de octubre pero de 2006. Unión Eléctrica viaja a Mar del Plata para el cuadrangular semifinal del Argentino de Clubes U18 (una suerte de Liga Nacional juvenil) y se enfrenta con Peñarol. Sobre el final del tercer cuarto y con la camiseta Nº15, un Campazzo con los mismos años que el número en su espalda salta a la cancha en un partido que estaba prácticamente definido. No consigue torcer ese rumbo, pero sí logra cautivar a Osvaldo Echeverría, histórico entrenador formador del club marplatense. “En ese partido jugó poco, pero me gustó su chispa, era explosivo y tenía lucidez. Lo hablé para que viniera a hacer una prueba y se concretó  con el visto bueno del presidente Domingo Robles. Facundo era un caradura del básquet”, recuerda Echeverría en una publicación en la mítica Revista El Gráfico.

    Y así, casi de casualidad (o no tanto, porque las casualidades no son tales), el cuento encontró al pequeñín cordobés en Mar del Plata y con Peñarol, un matrimonio que terminaría siendo de los más exitosos en la historia de Argentina. Si el club “Milrayitas” construyó una de las dinastías más poderosas del básquet rioplatense fue, en buena parte, por lo que realizó Campazzo, quien allí comenzaría a destruir los primeros grandes prejuicios durante el camino. “Me lo subieron a Peñarol a los 15 años y sin saber quién era. Pero desde ese momento empezó a dar un salto todos los días”, cuenta Sergio Hernández, padre de aquel Peñarol. El mismo que lo hizo debutar en el club casi dos años después de su llegada. Fue el 10 de octubre de 2008, en un triunfo ante Gimnasia de Comodoro Rivadavia. Incluso, en el ratito en que estuvo en cancha, anotó sus primeros dos puntos. Fue, simplemente, el inicio.

    El despegue

    Facu creció a la sombra de Sebastián “Tato” Rodríguez, un prócer de Peñarol. Era el juvenil revulsivo, una peste para los rivales desde el banco de suplentes. Era una de las tantas llaves que tenía el equipo de Oveja, que logró dos títulos en la Liga Nacional con el cordobés aportando su granito de arena, primero como tercer base y luego, como relevo principal. Pero antes del inicio de la temporada 2011/2012, Rodríguez tuvo que retirarse por un problema cardíaco. Y de golpe, con 20 años, Campazzo debía asumir la base del mejor equipo del país (y quizás del continente) y tomar la posta de uno de los máximos ídolos de ese lugar. Se dijeron muchas cosas… Que la estatura, que sólo era revulsivo, que no era un armador pensante… Él hizo oídos sordos y se dedicó a lo que mejor le sale: trabajar, esforzarse y sacrificarse para silenciar críticas con la pelota naranja.

    Terminó siendo una de las figuras principales de un nuevo título, promediando 14,2 puntos, 5,9 asistencias y 4,3 rebotes a lo largo de la temporada. Resultó elegido MVP de las finales ante Obras Sanitarias (ganó la serie 4-2) y le dio forma al primer tricampeonato en la historia de la Liga Nacional de Argentina. El chiquilín empezaba a dominar en el terreno local. Y, aunque para algunos “no le daba”, él mismo se abría la puerta al mundo celeste y blanco.

    Olímpico

    El 18 de junio del 2012, tres semanas después de la consagración en la Liga, llegaría su debut con la camiseta de la Selección Argentina Mayor. Nunca había tenido la chance en formativas ni aparecía en el radar habitual de las promesas que suelen ilusionar. Pero ahí estaba, con 21 años y convertido en una realidad desde hacía rato. Colombia lo sufrió en su estreno, donde se despachó con 20 puntos en el primer paso de un equipo que festejaría el título en casa (más precisamente en Chaco) de manera invicta. Facu terminaría como el segundo máximo anotador (10,8 de media) de un plantel liderado por un histórico como Leonardo Gutiérrez, justamente su ladero en la dinastía en Peñarol y uno de los pilares a la hora de moldear su espíritu ganador. “El trabajo que hizo para construir su carrera es enorme. Y si bien pude darle consejos y guiarlo de cierta manera cuando estuvimos juntos, todo es parte del sacrificio puro que hizo él mismo. Facu es como un hermano menor para mí. Es una persona que respeto y admiro”, señala Gutiérrez, máximo ganador del básquet local argentino.

    Campazzo había estado a la altura, pero imaginarlo en otro nivel parecía lejano. Sin embargo, cuando aparece un prejuicio, él lo borra. Y poco más de un mes después, el enano que sólo podía ser revulsivo se encontraba en Londres, en unos Juegos Olímpicos, con cinco años menos que el siguiente más joven de un plantel de históricos. Sí, estaba con Manu Ginóbili, Luis Scola, Pablo Prigioni, Andrés Nocioni, Carlos Delfino y tantos otros. Estaba en un mundo rodeado de estrellas, y él se animaba. Porque jamás le importa quién esté enfrente si el contexto es una cancha de básquet. Si hasta en la previa a la cita olímpica se dio el gusto de dejar una imagen para su historia, con una tapa tremenda ante Kobe Bryant. Sí, el chiquitín de 178 centímetros, bloqueando a una leyenda de la NBA. Porque carácter y determinación sobran en su repertorio. Y así fue que, incluso, no le tembló para ser titular por un problema físico de Prigioni. Y hasta coqueteó con un triple-doble (12 puntos, 9 rebotes y 7 asistencias) en aquella victoria contra Túnez. Se fue de allí con un cuarto puesto que dolió por estar cerca de una medalla, pero con una mochila cargada de aprendizaje, incluso desde los tirones de orejas.

    El cambio

    Porque en la previa de Londres se dio una situación que Campazzo siempre recuerda. Manu Ginóbili lo vio sin remera en uno de los primeros entrenamientos, se detuvo y lanzó: “Es la primera vez que veo un base de 20 años con panza”. Facu, lejos del enojo, entendió el mensaje, se dio cuenta que era una enseñanza. Y no sólo partió de la leyenda bahiense, sino también de Luis Scola, el eterno capitán argentino que moldeó sus valores, costumbres y cuidados para optimizar su rendimiento y alcanzar su mejor versión. No fue un cambio automático, pero sí progresivo y fantástico. Facu modificó malos hábitos, mejoró su alimentación y cambió kilos por fibra y músculos. Entendió que estar bien físicamente era vital para elevar el techo de su rendimiento. Que para terminar de establecerse en la elite, tenía que ser un atleta y profesional de elite. Y los resultados quedaron a la vista.

    De a poco, ese techo fue subiendo, escalón por escalón. En 2013 vendría el primer gran desafío con rol protagónico en la Selección, el FIBA Américas de Caracas. ¿Cómo respondió? Siendo figura para conseguir la clasificación al Mundial de España, coronando todo con 31 puntos y 11 asistencias en la victoria ante República Dominicana que le dio el bronce a Argentina. Más tarde, una última prueba en su país. En 2014, Peñarol recuperó la corona de Liga con una versión descomunal de Facu, quien dominó la competencia a voluntad con apenas 23 años. Su tierra ya le quedaba chica. Y, después de 11 títulos y varias menciones individuales, era hora de volar para crecer.

    El salto

    Fue Real Madrid el que le abrió las puertas de Europa. Sí, el club más importante del mundo confió en el chiquitín cordobés. Y otra vez los desafíos, porque si bien la temporada terminaría con el equipo ganando todo, incluida la Euroliga, a Facu le costó tener minutos en un plantel plagado de estrellas. Incluso quedó afuera de los playoffs de la Liga ACB de España, y durante el año llovieron varias críticas. En épocas de opinólogos de sillón y redes sociales, hasta se llegó a decir que no estaba ni para un tercer nivel español, que el Madrid había contratado un total fiasco. Facu hizo silencio. Y repitió la receta: trabajar, esforzarse y –una vez más- romper esos prejuicios.

    A la temporada siguiente fue cedido a Murcia, un modesto club de la ACB, y encontró un contexto ideal para adueñarse del equipo y brillar a partir de mayores oportunidades y minutos. Y otra vez hizo historia, porque metió a los murcianos por primera vez en playoffs y les dio la oportunidad de debutar en Europa al año siguiente, en la Eurocup. Facu se hizo ídolo de la ciudad, dejó una huella imborrable, dio pasos hacia adelante y se ganó el respeto de la competencia. “Esos dos años me ayudaron a ser más completo, le pude agregar muchas cosas a mi juego”, confiesa.

    En el medio, por supuesto, terminó de ganarse un lugar como indispensable de una Selección Argentina que profundizó la renovación y lo encontró como líder de la nueva camada. En el Preolímpico 2015, silenció a 20.000 almas en Ciudad de México y jugó su mejor partido del torneo ante los locales para ganar la semifinal y conseguir el pasaje a Río de Janeiro 2016. Dirán que fue casualidad, pero de nuevo, las casualidades muchas veces no son tales. Y en Brasil, en la cita donde los Dorados tocaron su último baile juntos (Ginóbili, Nocioni, Delfino y Scola), Campazzo fue la luz que más brilló, siendo el goleador (15,8 de media) y mejor pasador (5,8) del equipo.  Y, otra vez ante un dueño de casa, tuvo su mejor noche de celeste y blanco en esa victoria épica en doble suplementario que pondría a Argentina en cuartos de final: anotó su máxima con la camiseta (33 tantos), repartió 11 asistencias y tomó un rebote ofensivo entre todas las torres brasileñas que terminó en el triple de Nocioni que forzó el tiempo extra. Sí, justo él, con sus 178 centímetros que, potenciados por el corazón, valen doble.

    Faltaba romper con un último prejuicio. En la temporada 2017/2018 fue la hora de volver a Real Madrid. Y el objetivo fue claro desde el principio: demostrar que estaba a la altura de la situación. Para colmo, otro impacto del destino (una grave lesión de la estrella, el español Sergio Llull) demandó un paso al frente de su parte. Y lo hizo con firmeza. Y, poco a poco, se fue adueñando de un equipo que acumuló varios problemas durante el año pero que terminó festejando por partida doble, con otro título en la Euroliga y una nueva Liga ACB. “Esto era como una mini revancha, tenía ganas de demostrar que podía. Me sentí protagonista”, blanquea Facu. Real Madrid le renovó su contrato por otras tres temporadas. ¿Casualidad? Ya sabemos que las casualidades, muchas veces, no son tales.

    El reencuentro

    Junio de 2018, Estadio Aldo Cantoni, San Juan, Argentina. Una marea de 8.000 personas ovaciona a Facundo Campazzo y ratifica que ese equipo, esa Selección Argentina, es ahora su equipo. Porque con su vuelta para esta tercera ventana de Eliminatorias, los de Sergio Hernández muestran una cara renovada. Y, a partir de su intensidad, calidad y jerarquía, se da una paliza ante Panamá (87-62) en la que el cordobés reparte 12 asistencias, la mejor marca de la competencia. Y, además, récord argentino para un partido oficial, igualando una cifra conseguida en el pasado por históricos como Pablo Prigioni, Alejandro Montecchia y Miguel Cortijo. No, nada es casualidad…

    Facundo Campazzo es un gigante de 178 centímetros, un trabajador incansable que moldeó una carrera de lujo que, encima, recién comienza. A los 27 años, es una pieza vital del club más grande de Europa y el motor de uno de los seleccionados más prestigiosos de América. Se mueve con la humildad del nene que empezó a los 5 años en Municipalidad de Córdoba y tiene un carisma y chispa que es un imán para la gente. Ese vínculo es automático y especial, algo que sólo construyen los grandes. Y no es para menos. Facundo Campazzo es el eslabón perdido de la Generación Dorada, aquel grupo que concretó la gesta deportiva más grande en la historia de su país. Facundo Campazzo es, además, un destructor de prejuicios. “Siempre estuvo eso de ‘no va a llegar’, pero no considero que me afectara. Sé que soy competitivo, y ante esas situaciones o críticas, yo intentaba competir. No quería cerrarles la boca, pero con mi juego quería demostrar que estaban equivocados, intentaba que opinaran distinto a partir de mi juego. A algunos les gustaré mucho, a otros poco y a otros, nada. Eso no va a cambiar. Yo juego porque me divierto y porque es lo que sé hacer. El día que deje de divertirme, no jugaré más”, se define.

     “Todo lo que parecía que no iba a poder hacer, lo logró. Se decía que lo condicionaba la altura, se cuestionaba su manera de jugar, esto, lo otro… Superó todo. Si yo le tuviera que dar un premio a la persona de mayor progreso en los últimos siete u ocho años, sería para Campazzo. Y no sólo como jugador: cambió su cultura, su nivel intelectual, su cuerpo. No lo hizo solo para ser mejor jugador, sino también para ser mejor persona”, relata Sergio Hernández, actual entrenador de Argentina. ¿El cuento, entonces, habrá sido una casualidad? No, está claro que esas cosas no son tales. Al menos en la vida de Facundo Campazzo.

    Por Leandro Fernandez/Fotos: Andres Stapff, Milad Payami, José Jiménez & Marcelo Figueras

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