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    En esta etapa de su carrera, la prioridad de JJ Barea es asistir

    SAN JUAN - Queda poco más de cuatro minutos en el reloj y Puerto Rico le gana a México en el partido final de esta ventana clasificatoria para la Copa del Mundo de Baloncesto FIBA. El pueblo puertorriqueño

    SAN JUAN (Clasificatorios de las Américas a la Copa del Mundo de Baloncesto FIBA 2019) -  Queda poco más de cuatro minutos en el reloj y Puerto Rico le gana a México en el partido final de esta ventana clasificatoria para la Copa del Mundo de Baloncesto FIBA. El pueblo puertorriqueño ruge. Ha esperado una eternidad por este desahogo.

    Y de repente… ¡Bam!

    José Juan Barea cae aparatosamente al tabloncillo tras luchar un balón con dos jugadores de México. Duele. Se pegó duro en la cadera. Gime su rostro. Hay un crujir de dientes colectivo de medio microsegundo en el Coliseo Roberto Clemente. Reina el silencio en este fortín de grandes luchas en el básquet boricua, contra leyendas como Oscar Schmidt y Steve Nash, contra “villanos” como Tracy McGrady y Bobby Knight.

    Barea se levanta, con ayuda de sus compañeros, y es sacado del partido, sustituido por el armador Ángel Rodríguez.

    “¿Estás bien?”, le pregunta el dirigente Eddie Casiano.

    Sin cambiar su game face, Barea asiente con la cabeza, se sale del área del banco de Puerto Rico y va de nuevo a las líneas. Quiere volver a la acción. Ya. Urge jugar. Aquí nadie se da por vencido, más con lo que se ha vivido en meses recientes.

    Casi un minuto después del susto Barea regresa a la vanguardia ante México. Fíjense, quizás el sobresalto lo sufrió la fanaticada boricua y la de Dallas más que el jugador, porque al que apodan J.J. siguió como si nada.

    “Se cogen cantazos y uno se levanta”, había destacado días antes en un aparte con FIBA, sentado en el lobby de un hotel, aludiendo en aquel momento a la recuperación de Puerto Rico tras el paso del huracán María. El baloncesto en este sufrido paraíso del Caribe a veces parece una estrofa del poeta boricua Che Melendes: se entiende de repente, luego de mucho tiempo de leerse.

    Así sucedió, al menos en este domingo. Barea se cayó, se levantó y Borinquen ganó, 84-79, para pasar en el segundo puesto de su grupo a la próxima fase clasificatoria. Ese día Barea anotó 12 puntos y repartió 11 asistencias, un agradable aliciente para este machucado país, más cuando las aportaciones de Barea con la selección tradicionalmente son como cañón ofensivo. En el último Mundial en el que compitió Puerto Rico, Barea finalizó como líder en promedio de puntos anotados, con 22 por partido, aunque su equipo acabó en la posición global número 19.

    Claro, eso fue el Puerto Rico de 2014. En este Puerto Rico que vive Barea y el resto de sus compatriotas la palabra “asistencia” ya cobró muchos significados tras este histórico año. En este Puerto Rico, sus 12 reparticiones son una metáfora para la actitud de un pueblo de cara a sus desgracias. La maldita época de huracanes ya está aquí, hay que ayudarse. Le toca a los ciudadanos de Puerto Rico volver a darse la mano entre ellos, porque, pues, después de las respuestas gubernamentales al desastre que dejó el huracán María en septiembre pasado no hay mucha confianza en las autoridades. “Asistencia”, esa es una palabra ya diaria, vamos. Hacen falta muchas para que Puerto Rico anote. Y J.J. siempre lo ha sabido, desde pequeñito, que dentro y fuera de la cancha, hay que estar ahí para los suyos.

    Pausa. ¿Cómo llega este jugador a abanderar la esperanza de todo un pueblo? Para esto, hay que driblar el balón del presente hasta la media cancha del destino, creerse Barea y hacerle una asistencia al señor pasado para que enceste de tres. Asistencias, de eso se trata.

    ***

    Es temprano en este día de verano de 2004 y allí va José Juan, “tirao’ durmiendo” en su apartamento en Rincón. Suena el teléfono. Es su mamá, la profesora de educación física Marta Mora. Hay que levantarse: Puerto Rico juega contra Estados Unidos en las Olimpiadas de Atenas, estos son asuntos de la patria.

    En aquel momento no mucha gente pensaba que Piculín Ortiz, Carlos Arroyo y los demás tenían oportunidad de llevarse por el medio al apodado “equipo de ensueño”, con talentos como un joven jugador llamado LeBron James, una bestia ofensiva de nombre Allen Iverson, o una leyenda en plena apogeo, como Tim Duncan. Grotesca obscenidad habría sido pensar que aquel Dream Team perdería en unos Juegos Olímpicos… y contra Puerto Rico.

    “No fallamos. ¡Ganamos! Mano, ese juego…”, recuerda Barea, pausando para tomarse el mismo suspiro que todos los puertorriqueños toman cada vez que recuerdan cuando Arroyo se halaba la camiseta de Puerto Rico mientras los boricuas apaleaban a aquel frustrado puñado de superestrellas multimillonarias.

    Para los que no lo sepan, la selección de baloncesto en Puerto Rico es el equivalente al onceno albiceleste de Argentina. Acá: Piculín y Arroyo; allá: Maradona y Messi. Los 12 Magníficos, casi na’. Entonces, está esta cuestión de la colonia. O sea, ganarle a Estados Unidos en cualquier evento deportivo – pero más en baloncesto – puede ser algo catártico para los puertorriqueños.

    “Era como las siete, ocho de la mañana en Puerto Rico. No, no… Seis de la mañana, era bien temprano. Yo me recuerdo lo que ese juego hizo por todo el mundo, pero especialmente por mí. Ese juego me dio un empujón, una fiebre. Le dejó saber al mundo que en Puerto Rico se juega baloncesto de verdad, y yo creo que abrió más puertas para todos nosotros”, señaló el armador de los Mavericks de Dallas, ya de forma más sobria tras el breve minuto de éxtasis deportivo que desde ese día pasa como algo normal en cualquier conversación que se tenga sobre aquel grito boricua en Atenas.

    Barea recordó que “en 2004 yo estaba a mitad de mi carrera de universidad” con Northeastern University y esta pedrada del David borincano al Goliát anglosajón “fue algo súper”, que lo motivó a no dejarse intimidar por cualquier oponente de la fogosa NCAA.

    “Siempre decía que cuando me presentaran en los juegos dijeran que era de Puerto Rico. Cuando me preguntaban sobre mi formación, decía que todo lo que aprendí fue en Puerto Rico”, puntualizó.

    De chiquito era un fenómeno. Su veloz desarrollo en las categorías menores del área oeste de la isla lo llevó a pasar su último año de escuela superior jugando en Florida, con la Miami Christian High School y con el coach Pilín Álvarez, en los Miami Tropics. A la hora de alabar los programas de desarrollo primario que abundan en Puerto Rico, Barea no titubea.

    “Tú llevas a cualquier equipo de niños de Puerto Rico a competir a Estados Unidos van a ganar, o van a llegar entre los menores. Es ya cuando se llega a la adolescencia que la cosa se pone más apretada. No se dan muchos jugadores altos, como sabemos”, reconoció el otrora armador del colegio La Inmaculada de Mayagüez.

    Pues con su poquito menos de seis pies de altura, Barea manejó el balón de aquel cuadro de boricuas que llevaron al Miami Tropics al campeonato estatal de escuelas superiores.

    “Eso fue un gran momento de adaptación para mí en el baloncesto de Estados Unidos. Yo agradezco mucho esos tiempos junto a mis otros compañeros de Puerto Rico. El cuadro de ese equipo era completamente boricua”, subrayó, mencionando a Carlos Rivera, Jesús Verdejo, Sammy Hernández e Iván López, los otros cuatro jugadores de aquel mítico equipo escolar de Miami.

    ...

     

    La NCAA, sin embargo, no es la escuela superior. Si bien el triunfo boricua ante Estados Unidos en las Olimpiadas de Atenas le servía de musa, sus características físicas en una posición saturada de talento lo ponía en tres y dos a la hora de recibir consideración para el Sorteo de Novatos de la NBA. En la cancha, su estilo de diablo de Tasmania rindió frutos: promedió 20.3 puntos, 6.4 asistencias y 3.9 rebotes por partido en su carrera universitaria.

    Faltaban como quiera piezas para ayudarlo dar el próximo paso. Adelante, oh gloriosa selección nacional.

    “Cuando estoy en universidad me toca jugar también con la selección juvenil de Puerto Rico y luego con la Sub-21. Y me fue súper bien, con [el dirigente Carlos] Calcaño. Fue un proceso, porque estaba con él y con esa selección varios veranos. Eso yo creo que me ayudó mucho para luego adaptarme a jugar en la Summer League de la NBA, primero con Golden State y luego con Dallas. A mí no me escogieron en el Draft, tuve que sudarlo”, apuntó el boricua.

    En ese momento, Barea ya estaba loco por ponerse la camiseta de la selección grande de Puerto Rico y, como dicen en su natal Mayagüez, zumbar pa’ lante. A pesar de que no había mucho espacio en la cancha trasera de Puerto Rico ante la mortal combinación internacional que presentaban Arroyo y Larry Ayuso, los retiros de la selección de jugadores que marcaron una época, como el centro Piculín Ortiz, el escolta Eddie Casiano y el delantero Rolando Hourruitiner, abrían espacio para pensar en el relevo. Coros de expertos cantaban entonces las loas de Barea junto a la de jugadores de la pintura como Peter John Ramos y Ricky Sánchez. Y esto es una verdadera hazaña para un base en una raza que pare armadores por doquier… sea un Angelo Cruz del Bronx o un Filiberto Rivera de Carolina, en esa posición sobra el canto del coquí.

    “Recuerdo que en 2006 le dije a Dallas que solamente podía jugar tres juegos en el Summer League, porque me iba a los Centroamericanos con la selección”, rememoró Barea, en alusión a la primera vez que vistió la franela de la monoestrellada en la selección mayor.

    Ese año fue vital para que Barea sellara su compromiso con la selección. Con un “equipo A” en Japón contra el planeta de FIBA - y contra ellos mismos -, Puerto Rico mandó a Barea y un “equipo B” a los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Cartagena de Indias, Colombia. Ese equipo llegó a la final del torneo contra Panamá en un torneo en el que Puerto Rico no fue el gran favorito de la región. Con los ojos de su país encima, Barea encestó un triple custodiado por ninjas panameños durante los últimos suspiros del reloj para ganar el juego y darle el oro a Puerto Rico.

    “Ese juego para mí fue bien importante. Ese momento… yo creo que ese momento es clave para mí con la selección”, apuntó

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     De ahí hacia delante, Barea ha sido una constante en los ’12 Magníficos’. En el repechaje Preolímpico de 2008, en Grecia, Barea jugó junto a Carlos Arroyo, Larry Ayuso y Daniel Santiago, pilares de la generación previa a la suya. No clasificaron, pero aquí el mayagüezano saboreó por vez primera lo que sería el eventual relevo.

    En 2010, Puerto Rico tuvo un atropellado Mundial en Turquía, pero Barea ya se acomodaba como una de las principales armas ofensivas de Borinquen. Ya para el Mundial de 2014, en España, Barea tenía la confianza internacional que necesitaba, pues, a pesar de haber fallado dos años antes en su intento de que Puerto Rico clasificara a las Olimpiadas, el campeonato que ganó en Dallas en 2011 y una sólida carrera en la NBA ayudaba en su idiosincrasia de juego.

    “No, ya aquí yo tenía mucha seguridad en mi juego”, explicó.

    “Para mí, ese campeonato en Dallas me enseñó muchas cosas. Nosotros jugamos bien tranquilos en esa final. Yo pensaba: ‘si ganamos sería tremendo, pero si perdemos, mano, ¡perdí en la final de la NBA!’”, recordó Barea.

    Con esa mentalidad, J.J. dominó en el renglón de puntos en aquel Mundial, aún con Puerto Rico y su saco de problemas finalizando en el puesto 19. Pero eso fue hace cuatro años. Como indicamos antes, aquel Puerto Rico no es el mismo de ahora, ni aquel Barea tampoco.

    ***

    Es jueves, 29 de junio de 2018, y suena Bad Bunny en algún carro del estacionamiento del Hotel Verdanza en el sector turístico de Isla Verde. “Estamos bien”, intenta cantar el ídolo mundial del trap, lo que ubica esta época en las postrimerías de la segunda década del Siglo XXI, era pos-María de Puerto Rico.

    Sobra la poesía, tanto afuera como adentro de la hospedería, donde José Juan Barea, campeón de la NBA, líder anotador del Mundial de 2014 y capitán de la selección nacional de Puerto Rico, le recita sus mantras a FIBA. Acaba de cumplir 34 años de edad, se siente más roble, más sabio.

    “Ya uno no celebra mucho. Uno ya hace sus paricitos aparte con la familia, en Rincón, y esas cosas, tranquilito”, sonríe Barea, sentado en una mesa de lobby del Verdanza.

    “Ayer era mi cumpleaños y yo estaba en una conferencia de prensa con la selección. Y en una práctica. Y hoy hay juego. Estamos aquí en una misión”, dice Barea, luego de tomarse las fotos de rigor para los últimos dos partidos de la ventana final clasificatoria que completa el primer round hacia el Mundial FIBA 2019.

    El día antes fue su cumpleaños, pero en este día, horas después de este momento, el hijo de Marta Mora y Jaime Barea jugó su primer partido en el Clasificatorio de las Américas a la Copa del Mundo de Baloncesto FIBA 2019 con la franela de la selección nacional de mayores frente a sus compatriotas.

    “Hoy juego por primera vez en Puerto Rico con la selección”, repite Barea durante esta entrevista con FIBA. Como dicen en su país, Barea está culeco.

    Y para los seguidores de la selección de Puerto Rico, bueno… Este es un respiro. grande. Ocho meses atrás, el huracán María despedazó este archipiélago caribeño. Millones quedaron sin energía eléctrica y sin agua potable. Hay miles aún con toldos azules en sus techos. Más que nada – y como si no fuese suficiente el gran reto que interpone la ya explicada grotesca condición colonial – el espíritu de la gente puertorriqueña fue puesto en jaque. De hecho, con un quebrantado sistema eléctrico, un desbarajuste en las finanzas gubernamentales y el pulseo de poder que provoca la carencia de, los propios habitantes de Puerto Rico pueden dar fe de que todos los días esa virtud de fortaleza se pone a prueba.

    Barea recuerda cuando, en pleno campamento de pretemporada con Dallas y al comenzar el torneo, veía el dolor en el rostro de los suyos.

    “Las caras de los boricuas que uno veía en las ciudades que uno iba te lo decía: Puerto Rico estaba jodío. También, creo que por María en Estados Unidos mucha gente se dio cuenta de la ayuda que nosotros necesitábamos, antes y ahora. Nosotros no estábamos bien antes y con María mucha gente se dio cuenta”, discernió.

     

    Sin mucho que decir, su pana y dueño de los Mavs, Mark Cuban, puso a la disposición los recursos de la organización. En los días posteriores, Barea llevó a Puerto Rico cinco aviones con sobre 300 mil libras de víveres para repartir entre los más afectados. La JJ Barea Foundation recibió también los 10 mil dólares que el programa NBA Cares otorgó para el mes de octubre para ayudar a la causa. Cuban y los Mavs también donaron todo lo recolectado en la taquilla durante un partido del 25 de octubre de 2017, ante los Grizzlies de Memphis en el American Airlines Center. Posterior a estos esfuerzos, el jugador se ha mantenido cooperando de distintas formas en la recuperación del país. En junio de 2018, Barea recibió el premio Walter Kennedy a los gestos ciudadanos y comunitarios, que otorga la estadounidense Asociación de Escritores del Baloncesto Profesional en honor al segundo comisionado de la NBA.

     

    De estos gestos Barea nunca habló en la entrevista, porque esto es algo natural, una responsabilidad, su deber. Estas asistencias no son para el boxscore.

    ***

    Diez y treintipico de la noche, 2 de julio de 2018. Barea está en una mesa larga, bateando preguntas de la prensa. Su hija de dos años, Paulina, va en su falda; el dirigente Eddie Casiano y el escolta Gian Clavell a su diestra.

    “Son unos atrevidos. Las tiran como si na’. Él y David Huertas, son dos atrevidos”, bromea Barea luego del triunfo ante México en el que Clavell y Huertas marcaron 17 puntos cada uno y se combinaron para tirar de 14-9 desde detrás del arco de tres.

    Casiano goza. JJ se ríe, como si ya no sintiera el golpe que se dio en el primer parcial del juego, cuando cayó aparatosamente en su cadera. Clavell intenta explicar que él no es tan atrevido na’, que es que Barea le hace llegar muy fácil la bola. Con el cincel de la asistencia Barea esculpe la actual etapa del baloncesto boricua. Ahora también tendrá que repartir el juego con la gerencia de los Mavericks. La primera ventana clasificatoria del segundo round rumbo al Mundial es en septiembre. Barea cree que no debe tener problema para jugar el 14 de julio en Puerto Rico, ante Panamá. Pero para el partido del 17 de septiembre, en Argentina, pudiese haber conflicto.

    “Está lejitos de Dallas. Pero yo voy a tratar”, dice en un aparte tras finalizar la conferencia de prensa.

    Barea sale con Paulina en sus brazos y se toma fotos con algunos fans antes de irse. Esta jornada con la selección de Puerto Rico ya acabó. Sabe, sin embargo, que aún le quedan muchas asistencias por hacer.

    Por Hermes Ayala / Fotos: Carlos Giusti (Puerto Rico) / Northeastern University

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